Lunes.
Vuelta a la oficina. A este "trabajo" de becario que consiste en aprender a no hacer nada delante de un ordenador durante aproximadamente 8 horas al día. Hasta la semana pasada mis compañeras de departamento estaban lejos, en la misma planta, pero no sabía lo que hacían. Ahora que se me han mudado a mi lado me doy cuenta de que una de ellas se pasa el día mirando su cuenta en Caja Madrid, y la otra de momento está publicando algo -no sé muy bien qué- en la intranet.
Mi fin de semana; maravilloso. El viernes estuve con Goyo en casa de Javier y Nacho, viendo al perrito beagle que se han comprado. Es muy juguetón pero tiene personalidad. Cuando le di en el hocico para que no me mordiera más me ladró un poco. Quizá me costará imponerme para que el perro me respete, aunque no le doy aún mucha importancia a esto, porque se trata de un cachorrito de apenas 1 mes. Dicen que aún no es capaz de retener los aprendizajes. Me cae bien.
Iba a haber cocinado una paella vegetariana para el viernes por la noche, pero como estuve con Goyo en el estudio hasta que nos marchamos a casa de J&N, al final compré unos sandwiches en Rodilla y unas coca-colas. Estuvimos como siempre, muy a gusto, finalmente los cuatro. Parecía que yo siempre sería el solterón empedernido! Me encanta que de momento estemos manteniendo el equilibrio entre estar él y yo solos y cuidar de los amigos. Eso es algo muy importante y no quiero cometer un error tan sencillo de evitar. También quiero quedar con los amigos de Goyo; conocer a sus amigos gays, salir con ellos, ver de qué tipo de ocio disfrutan.
El sábado estuvimos en el concierto de Víctor Coyote vendiendo libros y CD's. Me puse a vender libros y tuve mucho éxito. Vendimos todos los que traía Goyo y 5 más que trajeron apresuradamente del estudio ante la demanda al final del concierto. Siempre pensé que era mal vendedor. A lo mejor tendría que replantearme esto, y si no pensar que soy bueno, al menos que no soy ni mejor ni peor que la persona promedio. Tan solo esa idea me hace sentir bien.
Ayer me levanté muy tarde. Goyo se había ido a trabajar y se había puesto una chaqueta beige con rayitas que le sentaba de maravilla. Lo había visto como en sueños cuando me dió un beso de despedida por la mañana, pero después le vi ya consciente y me pareció el tío más guapo. Fuimos al Real a ver Wozzeck. Me alegré de que la primera vez que iba a la ópera con él se tratara de un montaje rompedor y de una ópera dodecafónica; así rompería los mitos acerca de la ópera como un espectáculo rancio en el que sólo aparecen gordas haciendo gorgoritos. Me pareció un exclente contrapeso, sobre todo teniendo en cuenta que el círculo de amistades de Goyo parece ser un poco hostil a lo que ellos denominan el "arte oficial" hasta el punto de compararlo con los toros. Los carcas del Real, los que tienen abono de butaca de patio "de toda la vida" -dios, cómo odio esa expresión!- se salieron antes de que finalizara la representación o sencillamente no aplaudieron al final. Fuimos los que no tenemos un abono ni casa en el barrio de Salamanca, los que vamos a la ópera porque nos gusta, los que aplaudimos a rabiar, puestos en pie.
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